La
desigualdad económica es un tema que se remonta al menos a las primeras
sociedades agrarias hace 10 mil años atrás, y que ha impregnado el pensamiento
religioso, político y social. Sin embargo se ha constituido en un tema de
alarmante actualidad y la revista Scientific American le dedica 23 de sus 70
páginas del número de Noviembre de 2018, en una serie de artículos encabezados
por J.R Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001 (U. Columbia)
(https://www.scientificamerican.com/article/the-science-of-inequality/). Varios
motivos justifican ese interés. En primer lugar que los EEUU, primera economía
del mundo, se ha convertido en la sociedad más desigual entre los países
desarrollados y que el problema se agrava en lugar de moderarse. Desde
luego, la desigualdad no se asocia necesariamente al desarrollo y muchos países
sub desarrollados la exhiben en alto grado. El problema radica en que se
esperaba que el desarrollo económico contribuiría a moderarla, pero ha ocurrido
lo contrario. En parte ello se atribuye al cambio de la economía industrial por
una de servicios, en la que existe una amplia disparidad de ingresos entre las
“estrellas” (del espectáculo, el futbol, de las finanzas, etc) y la gente
común. Por otra parte, la dispersión de los trabajadores dificulta su capacidad
de negociación, lo que se une a su rápido reemplazo por robots que realizan el
trabajo físico e intelectual (software) que antes efectuaban seres humanos
(engrosando las filas de “los que sobran”). Así, en los EEUU, modelo de
economía libre, se ha acumulado una masa de un 50% de la población que es
incapaz de enfrentar la menor emergencia sin caer en la pobreza extrema,
mientras crece en su interior todo tipo de enfermedades, adicciones y desorden
social. Aunque la productividad de los
trabajadores se ha duplicado desde 1980, los salarios han disminuido a niveles
de 60 años atrás, pasando las ganancias a una elite de ejecutivos superiores y
a los accionistas, lo que ha incrementado exponencialmente el número de
millonarios.
En otro
artículo, el Prof R.M.Sapolsky (Ciencias Biológicas, U. Stanford) expone los
daños físicos y mentales que afectan a los sectores empobrecidos, los que son
terreno fértil para el desarrollo de epidemias que representan un riesgo para
ellos y para el conjunto de la población. Más allá de los daños a los
individuos y a la reducción de su esperanza de vida, las amenazas llegan hasta
su mecanismo genético, al afectar el
sistema de protección de sus cromosomas , debilitado por stress severo. En términos ambientales y
de biodiversidad, J.K Boyce (U. Massachusetts, Amherst) hace ver las
consecuencias agravantes de las cargas de contaminantes, ligadas a la desigual
ubicación de las industrias químicas y de la energía, así como de los depósitos
de residuos peligrosos, la que afecta a los sectores más empobrecidos y por lo
tanto más débiles. Las consecuencias de esta pobreza creciente alcanzan
también a la supervivencia de otras especies biológicas, debido a la relación
existente entre la pobreza y la destrucción de la biodiversidad. A nivel
mundial, este efecto se enlaza con el del crecimiento poblacional
descontrolado, socavando las ya escasas posibilidades de detener el cambio
climático global, el que a su vez contribuye cada día más a agravar las situaciones descritas.
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