martes, 12 de agosto de 2014

LAS IDEAS DE M.FRIEDMAN, LA EDUCACIÓN UNIVERSITARIA Y SU FINANCIAMIENTO



Jorge Oyarzun M. (Geol. Dr.Sc.)   

Milton Friedman fue un economista notable desde varios puntos de vista. Desde luego por la radicalidad de sus planteamientos, basados en la libertad de elección económica y en el muy reducido papel que asigna al Estado. Por ejemplo, pese a ser considerado un economista de “derecha”, Friedman estuvo a favor de la liberalización del consumo de drogas, entendiendo que  cada persona tenía el derecho a elegir consumirlas o no, haciéndose responsable de las consecuencias de sus actos. En materia  de educación universitaria, también abogó por un sistema libre, no regulado, donde cada uno invirtiera en la educación que quisiera. Si ella resultaba mala, la sociedad simplemente podía prescindir del profesional incompetente y en consecuencia eso no competía al Estado. Tampoco aceptaba ninguna regulación respecto al número de profesionales formados respecto a su demanda social efectiva, igualmente dejado a la oferta y la demanda.
Friedman alcanzó también mucha notoriedad por el impacto que tuvieron sus ideas en gobernantes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, así como en los economistas chilenos de la “Escuela de Chicago”, universidad de la cual fue un Profesor de gran influencia. En el caso de la educación universitaria chilena, ellas se aplicaron parcialmente a través de la apertura  de numerosas universidades privadas, que dispusieron de  libertad para su expansión y oferta académica. Aunque inicialmente ellas se financiaron de manera independiente del Estado, fueron paulatinamente accediendo a fondos públicos a través de mecanismos indirectos.
En el curso del funcionamiento de este esquema mixto estatal-particular han ido surgiendo diversos tipos de problemas, los que pueden profundizarse con el sistema   propuesto para dar gratuidad a la educación universitaria, condicionado sólo a la acreditación de la universidad y al cobro de un arancel prescrito por el gobierno. Por ejemplo, pocos años atrás la prensa informó sobre los altos sueldos de los ingenieros de minas y geólogos, incentivando la demanda estudiantil por esas carreras. Ello dio lugar a una apertura masiva de ambas carreras en universidades particulares y tradicionales,  con ingresos de cientos de alumnos a primer año en algunas de ellas. Puesto que la minería y la exploración minera pasan por ciclos de auge y depresión, el egreso de esos nuevos profesionales   coincidirá seguramente con una gran sobreoferta, estimada para los ingenieros de minas en unos 700 profesionales. Hasta aquí, no habría problema conforme al esquema de Friedman: Los alumnos tomaron la decisión y allá ellos. El problema es que esos errores de apreciación serán financiados por el Estado, que ya tiene dificultades para enfrentar otras necesidades en educación, además de salud y otras materias.
De ahí surge la interrogante de por qué no se opta por un sistema de becas, que colocaría más control en el propio Estado el que podría efectivamente incentivar los sectores deficitarios, por ejemplo profesores de educación media formados en universidades y carreras acreditadas. Por otra parte las becas permitirían también orientar el apoyo a quienes más lo necesitan, en un país que como Chile presenta aun notables carencias en muchos sectores.
Cuando Friedman postulaba la libertad en materia del consumo de drogas, olvidaba el costo que muchos de esos consumidores terminarían implicando para el Estado. En materia educacional también dejaba de lado el costo que supone para la sociedad el ejercicio de médicos, ingenieros o profesores mal preparados. Nuestro sistema universitario contiene, aunque diluidos, elementos conceptuales de las ideas de Friedman. Mezclados con un financiamiento estatal escasamente controlado (qué no estaba  en su filosofía económica), pueden parecer atractivas a algunos sectores sociales, pero tienen el potencial de llegar a ser una fuente de enorme despilfarro de recursos, pese a las buenas intenciones que hayan motivado la iniciativa.



martes, 5 de agosto de 2014

EDUCACIÓN PÚBLICA DE CALIDAD: ¿QUÉ SIGNIFICA Y QUIEN LA QUIERE?


“Majestad, no hay un camino real (llano, fácil) para la geometría” 

Es más fácil impulsar causas que encuentran opositores que tratar de hacerlo respecto a aquellas que todos dicen respaldar. Así ocurre, por ejemplo, con el desarrollo sustentable y desde luego con la educación pública de calidad. Nadie podría oponerse a ella, al menos públicamente, pero las dificultades parten por el concepto mismo de educación, que implica más que la entrega de conocimientos y habilidades. La educación implica un vínculo con el pasado y la visión de un futuro deseable. Chile la tuvo en el pasado y ella se materializó en nuestras Escuelas Normales y Liceos, así como en las Escuelas de Minas o de Artes y Oficios, que alcanzaron altos niveles en su género y nos prestigiaron a nivel continental. Sin embargo, factores ideológicos y económicos, las luchas políticas  y el simple descuido, llevaron a su progresivo deterioro o desaparición, con la pérdida del capital cultural acumulado, en lugar de haber liderado el progreso del país. En consecuencia, el crecimiento poblacional y las crecientes demandas de instrucción por parte de la población, se tradujeron en un progresivo “adelgazamiento” de la educación pública en la segunda mitad del siglo pasado, acompañado de una desvalorización de sus certificados, la desaparición del clásico “bachillerato” y la pérdida de jerarquía de instituciones como el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Basta visitar liceos como el Gregorio Cordovez de La Serena para calibrar el nivel de equipamiento que llegaron a alcanzar. Por otra parte, la lista de profesores y egresados de nuestra educación pública en esos años es testimonio más que suficiente de la calidad alcanzada.

¿Existe hoy un interés genuino por retomar el camino abandonado? Al respecto habría que reconocer que el valor de la educación a los ojos de nuestra población también se ha deteriorado mucho. El crecimiento económico de las últimas décadas y la adoración de las nuevas tecnologías ha restado valor a aquellos bienes que proporciona una buena educación: el disfrute de la lectura y el arte en general, el placer de una buena conversación o el interés de una simple reflexión desinteresada. Ello se expresa claramente en nuestros Malls, cuyos cines hoy sólo satisfacen las inquietudes de los niños

Por parte de los estudiantes, las expectativas respecto a una educación de calidad pueden ser algo ilusorias. Como señaló el geómetra citado, esa educación exige dedicación, reflexión, esfuerzo y disciplina, actitudes que no gozan de aceptación en estos tiempos tan proclives a las satisfacciones fáciles. Tampoco la concentración y paciencia que requiere el estudio puede competir con el atractivo inmediato de una manifestación o una “toma”. Por otra parte, los medios electrónicos los han acostumbrado a la dispersión mental, producto del continuo intercambio de múltiples mensajes y han sido entrenados para olvidar rápidamente la información recibida. Hoy, la meta ideal es más bien incorporarse tan rápido como sea posible al mercado del trabajo, ojalá a las profesiones mejor remuneradas, y la obtención de una “educación de calidad” como tal no parece atraer mucho interés.

Tampoco el mundo económico parece interesarse en una educación pública de calidad. Para aquellos niveles ejecutivos superiores que requieren mayor roce social, cuentan con el producto de los colegios particulares de elite, que ya reciben alumnos formados en el hogar en los códigos requeridos. Probablemente tampoco les resulte  atractiva la independencia intelectual de una persona efectivamente educada, que puede cuestionar muchos supuestos que son “artículos de fe”. En cuanto a la persona educada como consumidor puede ser un verdadero problema en cuanto a su mayor independencia respecto al consumo material. Por ejemplo, puede estar más preocupado de la calidad de los contenidos de los programas de TV que de contar con el último modelo de televisor “inteligente” o peor aún, puede preferir la lectura de un libro de segunda mano y tendrá poco interés en cambiar de auto cada año si el viejo sigue funcionando.

En cuanto al Estado, es evidente que su preocupación fundamental (más allá de su signo político) se sitúa en los aspectos económicos de su función de gobierno. Chile ha llegado a contar con notables economistas y financistas y son ellos los que generalmente ocupan los distintos ministerios. Es natural en consecuencia que se privilegien los aspectos económicos de cada actividad. En esas condiciones es difícil enfocar propiamente el tema de la “educación de calidad”, el que pasa a ser muy secundario respecto al manejo económico de la educación. Por otra parte, una educación de calidad seguramente resultaría costosa y poco atractiva para los economistas, tan acostumbrados a poner números a todo.

Finalmente, en cuanto a los profesores, siguen siendo válidas las repetidas historias reales (varias llevadas al cine) de aquellos que han logrado milagros en escuelas marginales y abandonadas, enfrentados al desinterés y hostilidad de sus propios alumnos y directivos, así como de la burocracia educacional. Esos profesores efectivamente educan, sin ser necesariamente pedagogos, porque logran inspirar por su liderazgo y convicciones (el “sol sobre nuestras cabezas” de la canción de Los Prisioneros). Aunque algunos usan tecnologías modernas, su base es antigua y permanente: la vocación de enseñar, el entendimiento de lo que enseñan y el deseo de cambiar el mundo donde más difícil es hacerlo. De maneras menos dramáticas, hay también muchos profesores dedicados, a la manera de los antiguos normalistas, que aplican los sabios y simples consejos de Gabriela Mistral, así como Directores con liderazgo y convicciones. Ellos deberían ser la base de cualquier cambio significativo hacia una educación de calidad. Sin embargo están en “el campo de batalla”, no en los círculos de poder, lo que hace muy difícil que sus visiones prevalezcan.