martes, 18 de diciembre de 2012

Evaluaciones Ambientales y Acreditaciones Universitarias: En Busca del Sentido Perdido



Dos instrumentos de gestión destinados a mejorar nuestra calidad de vida son hoy centro de  polémicas y motivo de enfrentamientos políticos y de acciones judiciales. En el calor de las discusiones es previsible que se olvide su razón de ser, así como las condiciones que ambos instrumentos requieren para cumplir efectivamente sus objetivos, tema de estas reflexiones.

La evaluación del impacto ambiental se implementó primero en EEUU a principios de los 1970`s, con énfasis en los posibles efectos ambientales negativos de las actuaciones del propio Gobierno. Su filosofía básica es que toda intervención sobre el medio natural tiene aspectos negativos, además de los beneficios que la justifican. En consecuencia, vale la pena estimarlos para ver si el balance final es positivo, así como para establecer las acciones y resguardos necesarios para limitar sus impactos. Puesto que el ambiente natural es muy complejo y las metodologías de análisis  son limitadas, se entiende que existirá un amplio grado de incertidumbre y la necesidad de vigilar y contrastar los reales efectos ambientales con las predicciones realizadas. Por eso la gestión ambiental debe estructurarse sobre la base de la evaluación realizada y estar atenta para actuar frente a las naturales desviaciones que se presenten. Desde luego, cualquier modificación posterior en términos de expansión o modificación del proyecto original implica un alto riesgo.

Al respecto, la garantía constitucional de vivir en ambientes libres de contaminación  es encomiable como ideal, pero pasa a ser un problema cuando se  toma al pie de la letra, y se procura disimular a toda costa los efectos ambientales reales de los proyectos. En efecto, sería mucho mejor aceptar la realidad y trabajar sobre ella para mejorarla, entendiendo que todo tiene un costo y que una sociedad madura debería ser capaz  de decidir cuando ellos son ambiental y  éticamente aceptables y cuando no lo son.

Por otro lado, las acreditaciones universitarias surgieron en Chile principalmente como una medida destinada a enfrentar los riesgos de calidad que implicaba la proliferación de universidades que siguió a la legislación de principios de los 1980`s. En EEUU la acreditación se utiliza como un instrumento de gestión  destinado a perfeccionar el quehacer institucional, pero no tiene la repercusión mediática que ha alcanzado en Chile. En ese país, la autorización para el ejercicio profesional es otorgada por el equivalente de nuestros colegios profesionales, los que cuentan con exámenes habilitantes. Por otra parte se entiende que la calidad de una universidad es mucho más que la implementación de un sistema de gestión y que tal sistema sólo es efectivo en la medida que la universidad cuente con un cuerpo académico y administrativo de calidad y con prácticas que permitan conjugar  tradición con innovación.

Cómo en otras materias, la acreditación universitaria en Chile se ha visto afectada por algunas actitudes propias  de nuestra idiosincrasia.  Entre ellas, la tendencia a convertir un medio en un fin por sí mismo (como lo ocurrido con la PSU) y  a sobrevalorar el discurso sobre la realidad . Por otra parte, los rígidos criterios y los formatos evaluativos dejan poco espacio para lo que más importa (como la calidad del cuerpo académico y la dedicación de docentes y alumnos) y enfatizan en cambio lo que pueden ser simples adaptaciones estructurales a lo esperado por los acreditadores, con poco asiento real en la práctica efectiva.
El concepto de que la acreditación es sinónimo de supervivencia institucional ha dado lugar a situaciones tan graves como las que actualmente examina la justicia. Por otra parte, el anuncio de medidas aún más radicales sólo agrega tensión a un medio en el que la moderación, el buen sentido y la mirada a largo plazo deberían ser, junto con la honestidad y el rigor académico, los principales elementos ordenadores. Por supuesto, ello requiere políticas y orientaciones estables de parte de las autoridades superiores del país, sin las cuales es imposible realizar un trabajo serio.

En suma, tanto en materia de evaluación del impacto ambiental como de acreditación de universidades, existe el permanente riesgo de privilegiar la forma sobre el fondo, así como el discurso sobre los hechos reales, con las consecuencias negativas esperables. Cuando al final la realidad aflora, ello puede obligar al cierre traumático de la operación contaminante o del proyecto universitario fallido. ¿No sería mejor retornar al simple pero importante objetivo original de ambos instrumentos de gestión, vale decir, conocer y perfeccionar?

viernes, 12 de octubre de 2012

LA E.I.A. Y SUS PROBLEMAS



Nuestro sistema de gestión ambiental pública no incluye en la práctica la ordenación del territorio, excepto a nivel urbano, a través de los planos reguladores. En consecuencia, todo el peso de la verificación respecto al costo ambiental de los nuevos proyectos radica en el proceso de evaluación de su impacto ambiental. Este proceso ha sido objeto de serias críticas en sus aspectos administrativos, a las que se han sumado un informe técnico de la Universidad de Chile, reseñado por el diario La Segunda (22/09/12), así como enérgicas declaraciones del Director Ejecutivo del Servicio Nacional Ambiental, Sr. Ignacio Toro. Es muy probable que, en buena parte, estas deficiencias obedezcan a la falta de una convicción sincera de los actores involucrados respecto al efectivo valor de estos procedimientos, así como a cierta tendencia nacional a burocratizar un instrumento que nos llegó “de afuera” y con objetivos algo distintos. De hecho, en EEUU la E.I.A. fue desarrollada por el gobierno federal para evaluar en primer lugar sus propios proyectos, cuyo costo ambiental le interesaba conocer. Por el contrario, en Chile, los gobiernos han sido más bien reticentes a esa evaluación en proyectos tan importantes como el Transantiago y la conversión urbana del aeropuerto de Cerrillos. En cuanto a los estudios de impacto ambiental, es frecuente encontrar una visión “plana”, que pareciera más bien disimular u ocultar los probables impactos principales, generando una selva de información científica centrada en los aspectos ambientales más inofensivos.
En términos científico-técnicos, el uso de modelos físico-matemáticos sigue siendo un problema principal. En los primeros años de aplicación ello era entendible considerando la poca experiencia existente en el país. Sin embargo el problema continúa actualmente. En las palabras de Ignacio Toro en La Segunda: “si el inversionista no quiere reconocer impactos en el aire, por ejemplo, en una termoeléctrica grandota, contrata un estudio y un modelo que termina reflejando que no hay impacto significativo”. Es frecuente que tales modelos se apliquen con una escasa base de información física previa (por ejemplo monitoreo local de vientos de unos pocos meses). Pero eso, así como la efectiva capacidad predictiva del modelo empleado, se pasan por alto, llegando a entregar  varias cifras decimales, sin mayor sentido crítico de su significado.
Es posible que más allá del equivocado pero comprensible interés del proponente y la consultora por disimular los probables impactos, esté primando una tendencia a no reconocer la realidad. Ella puede tener su origen en nuestra  garantía constitucional básica, encomiable pero difícil de cumplir en un país en desarrollo. En efecto, es normal que la mayoría de los proyectos importantes causen impactos ambientales.  Sería mejor reconocerlos y aceptarlos, acotando sus efectos y seleccionando las áreas más adecuadas para su ejecución, considerando en especial sus riesgos para la salud o la seguridad de la población humana.  Lo que no es aceptable es desvirtuar el objetivo de un sistema cuya finalidad es precisamente conocer, con la mejor aproximación posible, los efectos ambientales de un proyecto.

lunes, 27 de agosto de 2012

La sustentabilidad ambiental como valor y como estado


En el marco del reciente encuentro sobre sustentabilidad en la industria minera(La Serena, 7 de Agosto), organizado por la Seremi de Minería de Coquimbo, su titular, Jocelyn Lizana, planteó la discusión sobre la naturaleza valórica y la visión en términos de “estado” de dicho concepto. La comprensión de la sustentabilidad como valor surge naturalmente, puesto que implica deberes morales, tanto respecto a la posibilidad de desarrollo de otros sectores productivos con los cuales coexiste la minería, como con relación a la comunidad en la que se inserta y a las futuras generaciones que recibirán las consecuencias de sus aciertos y de de sus errores.
En cambio, la visión de la sustentabilidad como estado presenta mayor complejidad y por lo tanto su análisis reviste especial interés .Éste puede ser enfocado en términos de las ciencias físicas y de la biología. En términos físicos, es comparable a un proceso reversible, que evoluciona en equilibrio entre dos estados, como en el caso de la compresión o la expansión isotérmica de un gas. Tal proceso necesariamente debe ser ejecutado a una tasa moderada, de manera que el sistema pueda entregar o recibir calor del medio externo según sea el caso, de manera de conservar su temperatura. En términos químicos, equivale a una reacción controlada por la tasa de adición de los reactivos, como la que ocurre en reactor de flujo continuo o en el motor de un automóvil, en oposición al incendio accidental de un depósito de combustibles. Al respecto, los organismos vivos, cuya composición química es inestable respecto a nuestra atmósfera oxigenada, disponen de mecanismos para utilizar ese gas controladamente, sin ser destruidos por su actividad. Finalmente, el análisis de la sustentabilidad como estado desde el punto de vista biológico, entrega también interesantes perspectivas. Tanto los individuos de una especie, como la permanencia de una especie en un territorio determinado, son inherentemente transitorios. El individuo vive mientras su organismo le permita utilizar la energía externa para mantener su equilibrio interno y con el medio. La especie permanece en un territorio en tanto se adapte a las condiciones del clima y la competencia biológica, que pueden cambiar a la escala de los cientos o los miles de años (o menos, si interviene el ser humano u otros eventos catastróficos). En suma, la sustentabilidad como estado, tanto en términos físicos como biológicos, es  materia  de equilibrio y de tasa de desarrollo de los procesos. Llevada a una empresa minera sustentable ideal, ella extraería minerales, pero los repondría a través de la exploración. No generaría efluentes contaminantes o los trataría antes de entregarlos al medio, y sus desechos se dispondrían configurando un futuro paisaje estable, tanto en términos físicos como químicos. Sus consumos de agua y energía se minimizarían a través de del re-uso, el reciclaje, la cogeneración y el uso parcial de energías renovables. No generaría conflictos sociales y, por el contrario, contribuiría a preparar el medio social intervenido para el momento en que deba cesar su actividad. Igualmente, tendría capacidad para adaptarse a los cambios físicos, económicos y sociales del entorno, que no dependan de sus propias acciones.
La situación opuesta a las condiciones descritas de la sustentabilidad, sea como valor o como estado, se dan cuando oportunidades económicas excepcionales y la ausencia de marcos regulatorios (o de su aplicación) dan lugar a una actividad frenética y descuidada, como aquella de las “fiebres del oro”. Ello ocurrió en los años 1970`s con la explotación de los depósitos porfíricos auríferos de las montañas selváticas lluviosas del Pacífico occidental (Papúa-Nueva Guinea, Filipinas, Indonesia) y llegó a generar una revolución en la isla de Bougainville, producto de los intensos y extensos daños ambientales. Ello no debería ser ignorado en esta etapa en la que nuestro país considera gigantescas inversiones mineras, a desarrollar en cortos intervalos de tiempo y bajo condiciones de escasez de recursos hídricos y energéticos. Al respecto, la prisa excesiva se puede convertir en el peor obstáculo para la sustentabilidad, pese a la importancia que todos le reconocen.

viernes, 27 de julio de 2012

¿Está ese futuro más cerca de lo que pensamos?


En el mosaico de noticias y análisis de la prensa general y especializada, el estado de la economía y el ambiente se destacan claramente. En un mundo sobrepoblado y con sus focos de desarrollo en Asia, los recursos naturales se han valorizado, alimentando la economía de varios países de África y Sud América, crecientemente vinculados a China. En tanto, EEUU busca una esquiva recuperación y Europa no logra salir de su crisis financiera. Las áreas de conflictos bélicos se sitúan en o en el entorno de los países productores de petróleo, en parte bajo la forma de guerras civiles posibilitadas por intervenciones externas. En tanto, cada vez son  más evidentes los efectos y los riesgos futuros del cambio climático, impulsado por las emisiones de gases invernadero, pero no hay indicios de reacción, excepto en cuanto a soluciones puramente cosméticas, como los bonos de carbono. En cambio,  se generaliza  la idea de que “será lo que será” y habrá que adaptarse a ello, aunque está claro que al menos cientos de millones de personas (como los habitantes de las tierras bajas costeras) no lo lograrán. Al respecto, las advertencias de los científicos suenan  como las lamentaciones de los profetas bíblicos, frente a la indiferencia de las razones económicas y políticas, en las que  radica el efectivo poder.

Bajo esta perspectiva, las reacciones ciudadanas se hacen más frecuentes y extendidas. En EEUU, por ejemplo, han surgido fuertes protestas contra el uso de carbón impuro , principal fuente energética de las termoeléctricas, al que se atribuye parte importante de las enfermedades de la población en ciudades como Chicago (Time, 21/11/11), las que incluyen problemas respiratorios y cardiovasculares a los que se suma un incremento de 8% en las emisiones de mercurio en los últimos 6 años. La industria del carbón alimenta la mitad de las necesidades energéticas de EEUU y es responsable del 30% de sus emisiones de CO2.Pese al costo que implica en muertes anticipadas y gastos de salud (calculados en cientos de billones de dólares por la EPA), sus termoeléctricas difícilmente cederán ante las campañas ciudadanas en pro de un carbón más limpio, pero también más caro.

En la creciente demanda por recursos, el agua desempeña también un rol principal. Al respecto, la minería enfrenta dificultades crecientes para satisfacer sus necesidades, dificultades a las que se unen las también crecientes limitaciones de orden ambiental. Un artículo de la revista especializada Mine Water and the Environment (Junio 2012) relata los problemas de la minería australiana para conseguir los especialistas requeridos en materia de hidrogeología e ingeniería de acuíferos, muchos de los cuales debe obtener de otros países. Sin embargo los problemas para contar con fuentes confiables de agua para el futuro no afectan sólo a las grandes industrias. Al respecto, Coca Cola, que requiere anualmente 290 billones de litros de agua para producir sus bebidas en 200 países y está preocupada por futuras carencias producto del crecimiento poblacional y el cambio climático,  destinó 20 millones de dólares en 2007 para cooperar en la preservación de los principales ríos del mundo. La firma estima que en el año 2025 (sólo en 13 años más) más de 60% de la población mundial enfrentará la escasez de este recurso esencial, debido al crecimiento poblacional, el cambio climático y la urbanización. En suma: es probable que el futuro y sus problemas estén más cerca de lo que pensamos…

jueves, 12 de julio de 2012

EL TEMA AMBIENTAL: ENTRE LA NECESIDAD Y LA DESMESURA


El “tema ambiental” surgió como un paradigma en EEUU entre las décadas de los 1960`s y 1970`s, a través de libros como “La Primavera Silenciosa” de R. Carson (1962) y las conclusiones de expertos como los del llamado “Club de Roma” (1972), que analizaron los riesgos de la creciente contaminación y del agotamiento de los recursos. También en ese país se organizó la primera agencia de protección ambiental (EPA, 1970), se promulgaron importantes leyes ambientales durante los años 1980´s y 1990´ y se desarrolló la evaluación ambiental de nuevos proyectos, replicada posteriormente en los demás países. Una nueva mentalidad ambientalista de abrió paso en el mundo, potenciada por desastres como el de Bhopal (India, 1984), el de Chernobyl (Ucrania, ex URSS, 1986) y el del petrolero Exxon Valdez (Alaska, 1987). A nivel internacional, la Comisión Bruntland (1987) definió las condiciones del desarrollo sostenible, y la Cumbre de Río de Janeiro (1992) expresó el compromiso de todos por la protección del ambiente. Dos años antes se había iniciado una guerra civil en la isla de Bougainville, perteneciente a Papúa-Nueva Guinea, producto del daño ambiental generado por una explotación cuprífera, conflicto que culminó el año 2000 con la independencia de la isla.
Durante el presente siglo el tema ambiental ha ganado la atención de diversos grupos humanos desilusionados de utopías políticas o que buscan una expresión espiritual en este dominio. En tal sentido, ha representado un renacer de la sensibilidad “rousseauniana” respecto al carácter “bueno” de la naturaleza y “malo” de la civilización. También ha canalizado la protesta de grupos étnicos situados al margen del desarrollo socio económico nacional, frente a proyectos mineros, forestales, viales, etc.,  favorecida por el desarrollo de medios de comunicación digital y de las redes sociales. Ello ha coincidido con el debilitamiento de la autoridad constituida, que enfrenta serios riesgos políticos y penales a nivel nacional e internacional si la represión de tales movimientos llega a generar víctimas (casos de Bolivia, Paraguay, Perú, etc.). En nuestro país, este fenómeno ha afectado principalmente al desarrollo de la hidroelectricidad, en particular al de los grandes recursos hídricos de la Región de Aysén, pese a que se trata de nuestra principal fuente de energía limpia, que no genera “gases invernadero” ni otros contaminantes.
Finalmente, pensamos que sería deseable “aterrizar” el tema ambiental en lo que verdaderamente importa. Ello implica en primer lugar enfrentar el problema del cambio climático, sobre cuya gravedad existe hoy pleno acuerdo en la comunidad científica, pero que no ha sido asumido realmente por los políticos ni por economistas. También requiere de un efectivo respeto por la vida, tanto  humana como  silvestre, y por el resguardo de las condiciones naturales que ella requiere, tan maltratadas e ignoradas en casos como los del complejo metalúrgico-energético de Quintero y su entorno. También es necesario desarrollar la  ordenación del territorio, para seleccionar sobre bases objetivas los sitios apropiados para la instalación de los distintos tipos de proyectos. Ello debería continuar con evaluaciones de impacto ambiental menos “legalistas” y más basadas en los factores ambientales propios del sitio propuesto, en particular los de carácter físico, químico y geológico, hoy sub dimensionados respecto a los de tipo biológico (caso de la falla Liquiñe-Ofqui, proyecto Río Cuervo).  Por último, reconocer nuestra responsabilidad ética hacia los que vendrán, por más urgencias y presiones que implique el resolver las necesidades del presente.