Entre 1950
y 2014 los consumos mundiales de aluminio, cobre y hierro aumentaron por
factores de 37, 7 y 8 respectivamente, y se estima que en los próximos veinte
años la demanda asociada a la fabricación de baterías puede multiplicar el
consumo de litio por 180 y el de cobalto por 24. Estos ejemplos, citados por
Jebrak y Christian (SEG NL, Oct. 2017) obedecen tanto al crecimiento poblacional
y de los niveles de vida como al efecto de nuevas tecnologías y tendencias
sociales. Ello ocurre justamente cuando se extiende un creciente rechazo a las
actividades de exploración y explotación de minerales que se requieren para la
mantención y expansión de la producción minera. En muchos países la minería esta
en gran parte excluida ya sea por disposiciones legales o por manifestaciones
de grupos de presión que imponen su voluntad a los gobiernos, y cuando se logra
aprobar un proyecto, las restricciones ambientales o sociales pueden ser tan
exigentes que lo hacen inviable. Por otra parte, aun en los casos en que el
proyecto es autorizado, existe constante inquietud respecto a los cambios de
opinión o de actitud de las comunidades cercanas o de sectores gubernamentales,
estos últimos cada vez más débiles para enfrentar a comunidades empoderadas . En
consecuencia, cabe esperar crecientes niveles de conflicto, alimentados por
razones objetivas (acceso a terrenos, disponibilidad de agua y energía, etc.) o
de carácter político-ideológico. Lo señalado se suma a los rendimientos
decrecientes en materia de inversiones en exploración minera registrados en la
última década, en particular en el caso del oro.
Los autores
citados distinguen cinco niveles causales en la oposición a las actividades
mineras. El primero es de carácter local y se explica por los inconvenientes
que plantean las actividades mineras para la población local, en particular
para la que no se beneficia de ella. El segundo nivel está dado por la incompatibilidad de usos del territorio, como minería versus
turismo ecológico. Un tercer nivel se refiere al reparto de los beneficios de
la operación minera entre los distintos participantes activos o pasivos (impuestos,
royalty, gobierno local contra gobierno central etc.). El cuarto nivel es menos
conocido pero igualmente importante en países como Chile, cuyos ingresos
externos están dominados por uno o dos productos de exportación. En nuestro
caso, si el cobre alcanza altos precios, la afluencia de dólares tiende a debilitar
su valor frente al peso, y otros sectores exportadores como el agropecuario o
el industrial obtienen menores retornos. Finalmente, se distingue un quinto
nivel de oposición ideológica por una amplia gama de motivos (oposición a
empresas extranjeras o nacionales, aversión al “extractivismo”, oposición al
progreso material, ecología “profunda” etc.)
Los
problemas que implica la oposición a la minería se potencian con los efectos
del cambio climático y con la creciente escasez de agua, así como con la
difícil situación geográfica en la que se ubican muchos proyectos (topografía
montañosa, presencia de glaciares, posición en la cabecera de cuencas
hidrográficas, etc.). Las empresas mineras han enfrentado este contexto difícil
a través del diálogo, de acciones de resguardo ecológico y pro conservación y
de programas de responsabilidad ambiental y social. En particular deben cuidar
su imagen desde el principio de un proyecto, tarea en la cual los geólogos de
exploración tienen especial responsabilidad. Por tal razón, Jebrak y Christian
recomiendan aceptar la idea de pensar en términos de “geología social” en lugar
de “geología económica” y que formación
de los futuros profesionales de la minería incluya aquellos conocimientos y
actitudes que les permitan actuar con efectividad en el complejo mundo social
que se está gestando.