viernes, 23 de marzo de 2018

Mineria y Sociedad



Entre 1950 y 2014 los consumos mundiales de aluminio, cobre y hierro aumentaron por factores de 37, 7 y 8 respectivamente, y se estima que en los próximos veinte años la demanda asociada a la fabricación de baterías puede multiplicar el consumo de litio por 180 y el de cobalto por 24. Estos ejemplos, citados por Jebrak y Christian (SEG NL, Oct. 2017) obedecen tanto al crecimiento poblacional y de los niveles de vida como al efecto de nuevas tecnologías y tendencias sociales. Ello ocurre justamente cuando se extiende un creciente rechazo a las actividades de exploración y explotación de minerales que se requieren para la mantención y expansión de la producción minera. En muchos países la minería esta en gran parte excluida ya sea por disposiciones legales o por manifestaciones de grupos de presión que imponen su voluntad a los gobiernos, y cuando se logra aprobar un proyecto, las restricciones ambientales o sociales pueden ser tan exigentes que lo hacen inviable. Por otra parte, aun en los casos en que el proyecto es autorizado, existe constante inquietud respecto a los cambios de opinión o de actitud de las comunidades cercanas o de sectores gubernamentales, estos últimos cada vez más débiles para enfrentar a comunidades empoderadas . En consecuencia, cabe esperar crecientes niveles de conflicto, alimentados por razones objetivas (acceso a terrenos, disponibilidad de agua y energía, etc.) o de carácter político-ideológico. Lo señalado se suma a los rendimientos decrecientes en materia de inversiones en exploración minera registrados en la última década, en particular en el caso del oro.
Los autores citados distinguen cinco niveles causales en la oposición a las actividades mineras. El primero es de carácter local y se explica por los inconvenientes que plantean las actividades mineras para la población local, en particular para la que no se beneficia de ella. El segundo nivel está dado por la incompatibilidad  de usos del territorio, como minería versus turismo ecológico. Un tercer nivel se refiere al reparto de los beneficios de la operación minera entre los distintos participantes activos o pasivos (impuestos, royalty, gobierno local contra gobierno central etc.). El cuarto nivel es menos conocido pero igualmente importante en países como Chile, cuyos ingresos externos están dominados por uno o dos productos de exportación. En nuestro caso, si el cobre alcanza altos precios, la afluencia de dólares tiende a debilitar su valor frente al peso, y otros sectores exportadores como el agropecuario o el industrial obtienen menores retornos. Finalmente, se distingue un quinto nivel de oposición ideológica por una amplia gama de motivos (oposición a empresas extranjeras o nacionales, aversión al “extractivismo”, oposición al progreso material, ecología “profunda” etc.)
Los problemas que implica la oposición a la minería se potencian con los efectos del cambio climático y con la creciente escasez de agua, así como con la difícil situación geográfica en la que se ubican muchos proyectos (topografía montañosa, presencia de glaciares, posición en la cabecera de cuencas hidrográficas, etc.). Las empresas mineras han enfrentado este contexto difícil a través del diálogo, de acciones de resguardo ecológico y pro conservación y de programas de responsabilidad ambiental y social. En particular deben cuidar su imagen desde el principio de un proyecto, tarea en la cual los geólogos de exploración tienen especial responsabilidad. Por tal razón, Jebrak y Christian recomiendan aceptar la idea de pensar en términos de “geología social” en lugar de “geología económica” y que   formación de los futuros profesionales de la minería incluya aquellos conocimientos y actitudes que les permitan actuar con efectividad en el complejo mundo social que se está gestando.