lunes, 16 de agosto de 2010

LA MINERÍA Y SUS RIESGOS GEOLÓGICOS

En términos generales, en Chile predominan las rocas de origen volcánico y los cuerpos intrusivos graníticos. Aunque su calidad geomecánica original sea favorable, esas rocas pueden estar muy alteradas en las áreas mineralizadas. Esto, debido tanto al efecto de las mismas soluciones que trasportaron los metales como al de la posterior oxidación y acidificación de los minerales sulfurados. Por otra parte, existe una estrecha relación entre yacimientos metalíferos y fallas geológicas, puesto que es a través de ellas que circularon las soluciones calientes que depositaron los minerales valiosos. Cuando las fallas se extienden y ramifican a lo largo de cientos o miles de km, se las denomina zonas de falla. Las dos zonas de falla de mayor importancia metalogénica en Chile son las de Atacama y la de Domeyko. A la primera, situada en el ámbito de la Cordillera de la Costa, se asocia la mayoría de los yacimientos de hierro así como numerosos e importantes depósitos de cobre y oro, incluida la mina San José, sitio del drama que hoy estremece al País. A la otra zona de falla se relacionan los mayores depósitos porfíricos de cobre del norte de Chile, comprendidos Chuquicamata y La Escondida. Cuando las fallas han tenido movimientos recientes, se las denomina “fallas activas” y se las considera más peligrosas. Sin embargo, también una falla que no muestre dichos movimientos puede activarse debido a faenas mineras o factores hidrogeológicos. Desde luego, las excavaciones a cielo abierto desarrollan taludes que favorecen el deslizamiento de bloque de rocas fracturadas. Por otra parte, la creación de cavidades en minería subterránea por extracción de rocas mineralizadas produce alteraciones en el equilibrio de esfuerzos tectónicos, que pueden activar fallas o producir bruscos desprendimientos o proyecciones explosivas de rocas.
A diferencia del ingeniero de obras civiles, que calcula y puede controlar la construcción de un edificio, incluida la calidad de los materiales utilizados, el ingeniero de minas trabaja en condiciones de incertidumbre muy superiores. Desde luego debe adecuarse a las características de forma y calidad rocosa del macizo mineralizado, cuya litología, estructuras y estado de esfuerzos puede conocer sólo en parte. Las rocas no tienen calidad uniforme y suelen presentar bolsones alterados o estructuras complejas al interior de masas aparentemente sanas. Nunca es posible conocer el macizo rocoso en todo su detalle e incluso su estudio parcial demanda mucho tiempo de investigaciones de terreno y laboratorio, lo cual implica altos costos y no siempre es compatible con la dinámica de la explotación. En consecuencia su realización se restringe generalmente a la gran minería y a algunas empresas medianas. Así, en minas como El Teniente se realizan monitoreos continuos, que permiten no sólo saber que el sistema se encuentra dentro del rango correcto sino también modificar y si es necesario, substituir el modelo de explotación utilizado. Por otra parte, es importante destacar que, en minería subterránea, los principales elementos estructurales de soporte son las propias rocas del yacimiento, las que pueden contener importantes concentraciones metálicas. En consecuencia, estimaciones o cálculos equivocados, junto con la presión por obtener una mayor producción, pueden llevar a sacrificar partes vitales de la estructura rocosa soportante, lo que parece haber sido un detonante de lo ocurrido en la mina San José. En cuanto a las fortificaciones de labores subterráneas, por robustas que sean, sólo permiten mantener las rocas en su lugar, evitando caídas de bloques del techo o desplazamientos menores de las paredes. En cambio, no son efectivas para contrarrestar esfuerzos tectónicos como los que generan desplazamientos de bloques de mayor escala, ya que estos implican magnitudes físicas de un orden superior.
Por lo antes señalado, cualquiera sea el grado de cuidado de la empresa o la seriedad de la fiscalización efectuada, siempre existirá el riesgo de accidentes debidos a causas geomecánicas. Si existe fortuna, ellos no llegarán a causar pérdidas de vidas. También es posible que la ocurrencia del desplazamiento de bloques o de la proyección explosiva de rocas sea detectada y monitoreada a tiempo, lo que es naturalmente deseado. En todo caso, esos accidentes han afectado a empresas mineras importantes y técnicamente tan solventes como CODELCO (explosiones de rocas en El Teniente, falla de la caverna en Chuquicamata) y CMP, y con toda probabilidad volverán a ocurrir en el futuro, porque ello es propio del medio natural en el que se realiza esta vital actividad. Para quienes participan en la formación de ingenieros de minas, el entendimiento de las situaciones que pueden enfrentar sus graduados implica una alta responsabilidad. Aquellos que no trabajen en empresas de la gran minería deberán en muchos casos tomar decisiones importantes sin contar con asesoría especializada. De ahí que el conocimiento geológico y geomecánico del macizo rocoso y su relación con el diseño de la mina sea un aspecto central de su formación, el que en cambio tiende a ocupar un lugar menor en el curriculum de las carreras de minería ofrecidas por universidades recientemente abiertas a este campo.
Cada vez que un evento trágico conmueve a la opinión pública, se genera una reacción explicable de búsqueda y peticiones de sanciones a los responsables. Aunque en muchos casos esos responsables individuales efectivamente existen, lo normal es que se trate más bien de un problema sistémico, de una manera de hacer las cosas que todo el mundo conoce y acepta hasta que se produce el accidente o las consecuencias del terremoto o del tsunami. En el caso del recurrente tema de la fiscalización (ya sea en la construcción de edificios, en las faenas mineras etc), existe en nuestro país un lamentable desequilibrio de medios entre el Estado y los privados. Años atrás, el director del servicio de minería de un estado de Canadá nos explicaba en La Serena el funcionamiento de su equipo técnico: un grupo reducido pero muy competente y experimentado de especialistas, remunerado con similares sueldos a los ofrecidos por el sector privado. La relación del servicio con las empresas mineras era básicamente de cooperación y asesoría, pero también podía plantear con fuerza sus exigencias en caso necesario. Aún en ese caso ideal, la fiscalización necesariamente debería ser selectiva y centrarse en aquellas situaciones que implican especial riesgo, como condiciones geológicas y geomecánicas difíciles, alta rotación de personal, problemas financieros o bajos estándares de gestión y desempeño. También los incrementos bruscos de producción, ligados a aumentos de precios de los metales, deben ser vistos con cautela, por su posible efecto desestabilizador en las prácticas normales de la empresa. Conforme a la información divulgada, todas las condiciones señaladas parecen haber estado presentes en el caso de la mina San José.
En suma: los riesgos de accidentes asociados a fallas del macizo rocoso siempre estarán presentes en las labores mineras. El desafío es lograr que, más allá de la conmoción producida por esta tragedia y después que la noticia haya cedido su lugar a otras, se actúe de manera consistente para asegurar que se ha hecho todo lo posible por evitar su ocurrencia.