lunes, 10 de enero de 2011

CAMBIO CLIMÁTICO, POLÍTICA Y CIENCIAS SOCIALES

2010 fue el tercer año más “caliente” de la Tierra del que se tenga registro y se caracterizó por eventos climáticos extremos, tanto en términos de temperatura como de precipitaciones. Sequía e incendios en Rusia, olas de frío polar en Polonia y otros países de Europa, catastróficas inundaciones en Paquistán y en el NE de Australia, esta última aún en niveles críticos. Tampoco fue un año positivo en materia de avances concretos en el control de emisiones de gases de efecto invernadero, después del virtual fracaso de la reunión de Copenhague de Diciembre 2009.

Aunque existe consenso entre los científicos respecto a los riesgos que estamos empezando a enfrentar como los recién mencionados, más la fusión de los hielos del Ártico y el ascenso del nivel de los océanos, es más difícil precisar el los nivel crítico de concentración del CO2 atmosférico antes de que el proceso se torne inmanejable. La concentración de CO2 era de unas 280 ppm (partes por millón en volumen) al iniciarse la etapa industrial a principios del Siglo 19. Hoy llega a 387 ppm y se espera que alcance 450 ppm en 30 años más (Sci. Amer., Enero 2010). Para evitar costos ambientales mayores, como la fusión de los hielos del Ártico, se estima necesario reducir las actuales emisiones a un ritmo de 2.0 a 2.5 % anual. Aunque la tecnología puede cooperar con esa tarea, nada se puede lograr sin el esfuerzo de los gobiernos, las empresas y, especialmente, de las personas, en su doble carácter de ciudadanos y consumidores.

Respecto a los gobiernos, es difícil esperar medidas significativas en las actuales circunstancias. Tanto los países europeos como EEUU enfrentan situaciones económicas difíciles, las que en este último país han llevado a posiciones políticas extremas y peligrosas que dificultan cualquiera acción efectiva de parte de su gobierno. En el otro lado del espectro se sitúan países con elevada población que por primera vez están logrando altas tasas de crecimiento económico y niveles de consumo que antes no parecían a su alcance. Es el caso de China en primer lugar, pero también el de India, y en nuestro continente, el de Brasil. China podría llegar a tener mil millones de automóviles a mediados de presente siglo y su población se está incorporando a un elevado ritmo a la sociedad de consumo. El precio de nuestro cobre y por lo tanto nuestra economía se benefician de ello, pero no debemos ignorar lo que implica en términos del crecimiento de emisiones de gases invernadero y lo ilusorio que hace pensar en su reducción. A lo anterior se une el crecimiento de la población mundial que alcanzará unos 7 mil millones de personas en el curso de la presente década. Alimentar, educar, emplear y proveer de bienes a una población impaciente y ávida de consumo, como producto de la red de comunicaciones no será tarea fácil y difícilmente dejará espacios para reducir las emisiones de CO2 y otros gases invernadero. Peor aún, puede ser muy difícil impedir su crecimiento descontrolado.

Aunque las empresas responsables procuran lograr crecientes niveles de ecoeficiencia, a través de sus sistemas de gestión y prácticas de responsabilidad corporativa, así como de instrumentos tales como el cálculo de la “huella de carbono” y los “Bonos de carbono”, su meta natural es el crecimiento de sus cifras de negocio. Por eso, en última instancia es el ciudadano el único que, a través de sus elecciones de consumo y de su voto político (cuando tiene esa posibilidad), tendría el poder de cambiar el rumbo de los acontecimientos.

Sin embargo, ese ciudadano-consumidor está normalmente muy ocupado procurando encontrar un trabajo o conservar el que tiene, así como en mejorar su nivel de vida y el de su familia y difícilmente querrá escuchar las oscuras advertencias de los estudiosos del cambio climático. Al respecto, un reciente artículo de Sci. Amer sobre la aplicación de las ciencias sociales a este tema, compara el caso del cambio climático con el del consumo de tabaco, materia en la que se han alcanzado algunos logros significativos. Sin embargo, hay diferencias importantes, en cuanto a que el cambio climático no afecta a todos de la misma manera. Tampoco los beneficios del cambio de conducta se perciben claramente, puesto que para ser efectivos deberían ser observados por una gran proporción de los habitantes del mundo industrializado, lo que es bastante utópico.

En consecuencia, debemos prepararnos para un futuro muy incierto, no sólo en materia climática sino que en el conjunto de los aspectos ligados a ese factor, partiendo por la disponibilidad de agua y alimentos en un mundo cada vez más poblado y conflictivo. Ello tendrá seguramente repercusiones políticas, tanto por el efecto de las masas humanas desplazadas por las sequías e inundaciones, como por la dificultad de de los gobiernos para enfrentar catástrofes mayores (caso de Paquistán, Time, Septiembre 20, 2010). Esto, a menos que la humanidad logre equilibrar con su propio autocontrol el aplastante dominio que ha llegado a ejercer sobre la Tierra. Sin embargo, tal objetivo no parece estar en el programa actual de los gobiernos.