lunes, 26 de julio de 2010

SOBRE MEGA YACIMIENTOS, EL COBRE Y EL ROYALTY MINERO

Un par de semanas atrás, la prensa informaba sobre un sismo de magnitud 7.2 Richter en Papúa-Nueva Guinea. Los sismos del otro lado del Océano Pacífico también nos preocupan porque si son grandes (no era éste el caso), pueden dar lugar a tsunamis que alcancen nuestras costas. Sin embargo, más allá de ese tema, la noticia nos recordó la coincidencia entre los fenómenos catastróficos de carácter sísmico y volcánico con la feliz ocurrencia de grandes yacimientos metalíferos, principalmente de cobre y oro, en el margen occidental de Sud América y en los arcos de islas del Oeste del Pacífico.
Dicha coincidencia no es casual. En ambos márgenes se registra el hundimiento de las placas litosféricas oceánicas, que se renuevan constantemente en la llamada “Dorsal del Pacífico” y que avanzan a razón de algunos cm por año hacia el Este y el Oeste. Al hundirse en el Manto terrestre, junto con producir fenómenos sísmicos, liberan agua y otras substancias por efecto de la creciente temperatura y presión, las que facilitan la fusión de las rocas profundas. Así se generan magmas hidratados, ricos en metales y azufre, que ascienden hacia la superficie y dan lugar a masas de rocas graníticas y a un importante volcanismo explosivo. En ese ambiente, a unos pocos km bajo la superficie, se emplazan los cuerpos cilíndricos o filonianos portadores de la mineralización de cobre, oro, molibdeno y otros metales. Estos cuerpos, cuyos cristales de silicatos y cuarzo presentan distinto tamaño (de ahí el nombre de pórfidos) retienen parte de los metales valiosos o los depositan en las rocas que penetran (como es el caso de la mayor parte del cobre y el molibdeno de El Teniente).
El número de Enero-Febrero 2010 de la importante revista Economic Geology incluye un excelente artículo sobre pórfidos cupríferos de Richard Sillitoe, experto internacional que inició y ha realizado buena parte de su carrera de geólogo y explorador minero en Chile. El artículo revisa los últimos avances sobre el origen y características de estos yacimientos, situados en gran parte en el margen occidental de Sud América, como El Teniente, Los Bronces- Río Blanco, Los Pelambres, Chuquicamata y Collahuasi en Chile, y Toquepala, Cuajone, Antamina y Yanacocha en Perú. Se trata de yacimientos gigantescos, con miles de millones de toneladas mineral y leyes en torno al 1% de cobre, con contenidos menores de molibdeno y oro. Al otro lado del Pacífico, se sitúan depósitos análogos como los de Panguna, Ok Tedi y Grasberg-Ertsberg en Papúa- Nueva Guinea, que son algo menores, pero más ricos en oro. Estos y otros depósitos similares ubicados en Indonesia, Filipinas y otros países del margen Pacífico occidental nos recuerdan que la naturaleza suele compensar por las dificultades que opone.
En este cuadro de distribución de los pórfidos cupríferos, que también incluye yacimientos en Norteamérica, Irán, Paquistán y otros países, la posición de Chile y del Perú es especialmente sólida. Ello, no solamente por la cuantía de los recursos, sino también por las favorables condiciones que ofrece su explotación, incluida la cercanía a la costa y el clima, donde la única contrapartida es la limitación de los recursos hídricos en el caso de Chile. Por otra parte, Perú se ha convertido en el país más atractivo para realizar exploración minera, en parte por su mineralogía más variada y compleja, que incluye una mayor riqueza en oro. Argentina no cuenta por ahora con mega yacimientos pero está empeñada en desarrollar su minería, pese a la resistencia que ha encontrado en algunos sectores de la población.
El cobre, cuya minería se remonta a varios miles de años A.C. en la isla de Chipre, fue el primer metal utilizado con fines utilitarios y ha acompañado a la humanidad hasta la actual era espacial. Aunque no han faltado augurios pesimistas respecto a su minería, como cuando se descubrieron nódulos de manganeso con contenidos de cobre en el fondo oceánico, o respecto a su vigencia tecnológica como cuando se implementó el uso de la fibra de vidrio en telecomunicaciones, su futuro aparece hoy más brillante que nunca. Ello responde en buena parte a la formidable irrupción de China y en menor grado de India y otros países, incluido Brasil, como fabricantes y consumidores de productos industriales que utilizan cobre. El curso de la economía mundial ha cambiado y depende menos de los ciclos económicos de Norteamérica y Europa. El cobre está estrechamente unido a cambios en el nivel de vida de los pueblos, que implican aspectos tan simples e importantes como dotar a los hogares de electrodomésticos y medios de comunicación electrónicos, una aspiración que es hoy universal.
La minería chilena estima para 2010 envíos al exterior por valor de 40 mil millones de dólares, unos 9 mil millones más que el 2009, y hay proyectos de inversión por 43 mil millones de dólares (Minería Chilena, Abril 2010, p 16-25). Esas inversiones permitirían aumentar la producción de cobre a 7,7 millones de t/año y la de oro a 100 t/año. En 2009, pese a que el cobre no alcanzó un precio óptimo, las empresas mineras tuvieron utilidades por 11 mil quinientos millones de dólares y aportaron un 15% al PIB del País. Puesto que las empresas privadas hace ya muchos años sobrepasaron a CODELCO y continúan aumentando esa ventaja, es natural que el tema de su tributación reaparezca continuamente, en particular en períodos de bonanza de precios. Recientemente, el Gobierno volvió a ponerlo de actualidad con motivo del financiamiento de la reconstrucción de la zona afectada por el último terremoto. Su proposición, consistente en una elevación temporal de la tasa del royalty minero, a cambio de una extensión del período de invariabilidad tributaria comprometido por el Estado, no fue aceptado por el Congreso, que optó por dejar esta materia para una discusión más completa y menos apremiada. Sin embargo, el Gobierno anunció que insistirá en su proposición.
A diferencia del resto de la tributación, la legitimidad del pago de un royalty por las empresas mineras se fundamenta en dos conceptos particulares. El primero es la propiedad de la riqueza minera, atribuida originalmente al rey (de ahí su nombre) y después a su sucesor, el Estado. Se trata, en consecuencia de un tributo al “soberano” por el derecho a extraer un recurso de su propiedad. El segundo concepto corresponde al carácter finito, y por lo tanto agotable, del recurso explotado.
Respecto al primer concepto, es interesante considerar que la riqueza minera metálica no radica sólo en el valor de los metales sino en su concentración, como lo expresa la definición de yacimiento metalífero: “Una concentración explotable de uno o más metales”. De hecho, en un volumen de roca común de un km2 de superficie por 200 m de alto, hay unos 30 millones de t de hierro, 36 mil t de cobre, 2,5 t de oro, etc, contenidos que por su mineralogía y baja concentración carecen de todo valor. En consecuencia, el royalty debería reconocer la importancia de la concentración metálica, mediante una tasa variable según la ley del mineral explotado. Por otra parte, ello favorecería el aprovechamiento de los recursos de menor ley y ayudaría a las empresas que los explotan a soportar mejor los períodos de baja de precios del metal.
En cuanto al segundo concepto, hay que reconocer que la exploración minera saca a la luz riquezas que habrían podido permanecer indefinidamente ignoradas. Por lo tanto las inversiones en exploración minera que permitieron descubrir un yacimiento deberían ser descontadas del pago del royalty, lo cual contribuiría a fomentar esta actividad, sin la cual no existirían las riquezas mineras.
Finalmente, como señala el economista de minerales J. Tilton (Minería Chilena, Mayo 2010, p 69-71), la carga tributaria es sólo una de las consideraciones evaluadas por los inversionistas. Pensarla y discutirla bien y sin apuros, con mirada de futuro y buscando un buen equilibrio de ganancias para el País y los inversionistas, es algo que vale la pena. En cuanto al respeto que merece el País por la consistencia de sus decisiones y compromisos, y al interés por invertir en Chile por parte de las empresas, ello dependerá principalmente de la madurez, equilibrio y permanencia de sus políticas, que deben reconocer el carácter cíclico de los precios de los metales y los riesgos que implica invertir en yacimientos de menor ley, así como el legítimo interés de sus ciudadanos respecto a un justo aporte de esta importante actividad económica.