Los efectos extremos del
clima, unidos a los problemas demográficos y a los trastornos sociales y
políticos, anuncian tiempos difíciles. De hecho, cada vez se espera menos de un
posible freno al cambio climático y la atención de los países desarrollados está
enfocada en la adaptación a sus efectos más dañinos, como los dispositivos de defensa instalados por Ingalterra en el estuario del
Támesis. A ello se agregan noticias inquietantes, como el enorme
desprendimiento que afectó recientemente a la plataforma flotante de hielo de
la Antártica, y la constatación de las lecturas erróneas del nivel del mar por
el satélite Snafu, que ocultaron durante décadas el acelerado
ritmo de su ascenso (Sci. Amer., Julio, 2017).
En Chile, los últimos años han traído una serie de sorpresas
desagradables, cada una de las cuales ha sido seguida por la búsqueda de las
empresas responsables (las salmoneras, las forestales, las eléctricas, etc.) y
por los reproches a los organismos del Estado que las supervisan (CONAF,
Superintendencias, etc.) En cambio, se pone escasa atención en las causas
raíces de nuestras fallas en cuanto a prevenir y mitigar los daños producidos.
Ellas tienen que ver con las dificultades y el poco interés real en ordenar
nuestras ciudades y el territorio, que surgen tanto de la resistencia de los
pobladores de los sectores más vulnerables, como de los sectores económicos
interesados en proyectos inseguros y del costo político que implicaría hacer
frente a su presión. Por otra parte, tampoco estamos dispuestos ni en
condiciones de invertir en infraestructura sólida (como en redes eléctricas
subterráneas) y ni siquiera en la mantención que requiere su misma precariedad.
Ello es natural: anuncios de inversiones en mantención no generan dividendos políticos ni ellas permiten cortar
cintas una vez realizadas. Por su parte los ejecutivos de empresas, cada vez
más formados y centrados en las finanzas, no desperdician las posibilidades de
ahorrar mediante “tercerizaciones” o reducciones del personal no directamente
“productivo”. El mismo Gobierno anunció recientemente ahorros importantes en
los gastos de operación para mejorar el equilibrio presupuestario, lo que
afecta directamente sus actividades en el terreno.
En suma: la situación
actual, si bien entrega abundante información y temas de debate a los medios de
comunicación (demasiado centrados en la crónica policial), puede ser muy
dolorosa para muchos y daña seriamente al País. Si no cambiamos la forma de enfrentar
los cambios, nos encontraremos con desastres cuya naturaleza y magnitud nos pueden sorprender
más allá de lo que imaginamos. Cambiar nuestra actitud implica reconocer
nuestra limitada realidad y recursos, proceder sin pretender que la culpa recae
sólo en los demás y utilizar con prudencia y buen juicio el tiempo y los medios
con los que todavía contamos.
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