lunes, 7 de julio de 2014

UN ENFOQUE PELIGROSO

A principios de los 1960s, en plena Guerra Fría, un notable pero terrible  film de Stanley Kubrick:  “Dr. Strangelove o como Aprendí a Amar la Bomba” ironizaba en torno al riesgo cotidiano de una conflagración atómica mundial.  En materia del riesgo ambiental que plantea el “calentamiento global”, parece que gana terreno una visión que merecería un título parecido. En efecto, mientras por una parte crece el consenso respecto a los riesgos que implica el crecimiento de la concentración de “gases invernadero” en la atmósfera, parece afirmarse una corriente que plantea la conformidad con tal situación y sitúa las esperanzas en el uso de la tecnología para sobrevivir en un mundo cada vez más alterado. Al respecto, un artículo reciente de Scientific American describe  un nuevo y  peligroso enfoque del cambio climático global, denominado por sus proponentes “El Nuevo Ambientalismo”. Éste sostiene que el ser humano ha cambiado de tal manera el mundo físico y biológico que ya no hay vuelta atrás. En cambio, sus proponentes, autodenominados “ecopragmatistas, dicen que la humanidad debería asumir esos cambios con orgullo y alegría, confiando en que la tecnología permitirá a la humanidad sobrevivir ventajosamente en este nuevo mundo, modificado profundamente por ella. Los ecopragmatistas  proponen también cambiar el término geológico Holoceno, que denomina los últimos 11 mil años posteriores a la última glaciación, por el de Antropoceno, que abarcaría los 8 mil años que siguen al desarrollo de la agricultura. Este planteamiento surge cuando la Tierra atraviesa por un alto térmico en sus ciclos astronómicos y cuando por primera vez en el último millón de años la atmósfera ha sobrepasado las 400 ppm de CO2. En coincidencia, también recientemente, los primeros ministros de Australia y Canadá han declarado que si bien reconocen los riesgos del cambio climático, no están en condiciones de introducir medidas que dañarían la economía y el empleo en sus respectivos países. En Chile, por razones diferentes (creciente rechazo a la hidroelectricidad) en la práctica estamos optando igualmente por las plantas termoeléctricas a carbón, más algunos proyectos de nuevas energías, valiosos pero necesariamente limitados por razones de rendimiento efectivo y precios.

Aun suponiendo que los ecopragmatistas tengan  razón y que la tecnología pueda protegerlos de futuros problemas (por ejemplo, utilizando  aún más combustibles fósiles para combatir el efecto de cambios climáticos extremos), es evidente que pocos se salvarán en ese mundo reservado a los ricos en dinero y tecnologías. Por el contrario, los países pobres como Bangladesh, donde 120 millones de personas viven en un delta que será fácilmente cubierto por los mares en ascenso, conocerán otra historia. Cómo en el cuento de la rana en la olla calentada lentamente, es probable que reaccionemos sólo cuando ya sea demasiado tarde. Entre los conflictos políticos, religiosos y étnicos, y las dificultades económicas  de un mundo siempre urgido por el crecimiento (presentado como un valor absoluto), poco o nada se escucha la voz de los científicos. Ello no justifica, sin embargo, dejar de denunciar los riesgos que se corren ni renunciar a la esperanza de lograr algún cambio positivo, por escasas que sean las probabilidades de lograrlo.

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