lunes, 18 de enero de 2010

EL CASO HAITÍ: ¿HAY ALGUNA ESPERANZA?

Salvo respecto a la notable capacidad plástica y musical del pueblo haitiano y de su entereza para enfrentar la adversidad, todo lo que hemos escuchado o leído sobre ese país han sido desventuras, y la última catástrofe sísmica rebasa todo lo imaginable. Pobreza extrema, corrupción, opresión tiránica bajo Duvalier, la exportación de sangre como industria, el HVI descontrolado, delincuencia y desorden extremos, etc. Con ocasión de su última crisis política, nuestro país se involucró en su historia, contribuyendo a preservar una tregua inestable, dentro de la miseria y falta de esperanza de esa nación caribeña. El sismo que acaba de matar alrededor de un centenar de miles de personas y destruyó gran parte de lo poco que había, el peor desastre que han enfrentado las Naciones Unidas, lleva a preguntarse si hay límites para tanta desgracia.

Pero también la historia y el presente de Haití entregan importantes lecciones. A mediados del Siglo 18, Haití era una colonia francesa donde los esclavos de origen africano importados para trabajar en las plantaciones, unas trecientas mil personas, constituían el 97% de su población. Una larga serie de revueltas (1793-1802) condujo finalmente a su independencia en 1804, vale decir varios años antes que la de Chile. Haití, que comparte la isla La Española con la República Dominicana, disfrutó originalmente de una gran riqueza forestal, que incluía árboles de maderas valiosas, la que fue destruida paralelamente a su crecimiento poblacional, mientras se erosionaban los suelos y se dañaba su red hidrológica. Actualmente, Haití sólo cuenta con 1% de la superficie forestal original y es uno de los países más sobrepoblados del mundo: Sus 9 millones de habitantes se distribuyen en sólo 27.750 kilómetros cuadrados, lo que da una densidad poblacional de 325 personas por km2, el doble que en Dominicana. Para una agricultura de subsistencia, con suelos erosionados y escasez hídrica, ello implica una carga imposible de llevar. En contraste, Dominicana conserva un 28% de sus bosques, resguardados por 74 parques o reservas, que incluyen alta biodiversidad y variados tipos de habitats, lo que la constituye en un importante destino turístico (Esto podría darnos tema de reflexión, considerando nuestro poco entusiasmo por la preservación de los bosques nativos y de los árboles en general).

Naturalmente, la atención está hoy centrada en mitigar los efectos de la catástrofe sísmica. Sin embargo, cabe preguntarse si algo positivo podría surgir de tanto desastre. Desde luego está el tema de la reconstrucción de Puerto Príncipe, ciudad situada muy cerca de la falla tectónica E-W responsable del sismo. Esa falla, como la de San Andrés en California, es de desplazamiento lateral, lo que contribuye a localizar sus efectos y a generar aceleraciones horizontales, que son más destructivas para la misma energía liberada que las de carácter vertical. ¿Será posible ponderar ese factor cuando se procure reconstruir la capital de Haití?. Igualmente importante: ¿Existe alguna posibilidad de que la ayuda de EEUU, Francia y otros países considere acciones o condiciones que encaminen a Haití a enfrentar las raíces de sus problemas, como la sobrepoblación y la destrucción ilimitada de sus ambiente natural?. Cuando Chile se involucró en Haití, procuró impulsar un proyecto de reconocimiento y planificación de su espacio geográfico, al que el gobierno de ese país no concedió mayor prioridad. Desde luego, Haití es un país soberano y tiene derecho a defender su cultura y definir su destino. Sin embargo, si no se producen cambios de fondo, ese destino seguirá siendo el de una permanente miseria y desesperanza, agravada de tanto en tanto por crisis políticas o por desastres naturales mayores, como el recién ocurrido.

La situación de Haití tiene su paralelo en varias otras naciones del mundo afectadas por similares problemas: desgobierno, corrupción, guerras civiles, saqueo de sus riquezas naturales, sobrepoblación, enfermedades etc., así como por desastres naturales, como sequías o inundaciones , cuyo efecto se agrava por su pobreza y falta de gobierno. La presencia temporal de “cascos azules” y de la ayuda de gobiernos o instituciones extranjeras contribuye a aliviar algo sus males y nuestra conciencia, pero ciertamente no permiten solucionar sus problemas de fondo.

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