El “tema ambiental” surgió como un paradigma en EEUU entre
las décadas de los 1960`s y 1970`s, a través de libros como “La Primavera
Silenciosa” de R. Carson (1962) y las conclusiones de expertos como los del
llamado “Club de Roma” (1972), que analizaron los riesgos de la creciente
contaminación y del agotamiento de los recursos. También en ese país se
organizó la primera agencia de protección ambiental (EPA, 1970), se promulgaron
importantes leyes ambientales durante los años 1980´s y 1990´ y se desarrolló
la evaluación ambiental de nuevos proyectos, replicada posteriormente en los
demás países. Una nueva mentalidad ambientalista de abrió paso en el mundo,
potenciada por desastres como el de Bhopal (India, 1984), el de Chernobyl
(Ucrania, ex URSS, 1986) y el del petrolero Exxon Valdez (Alaska, 1987). A
nivel internacional, la Comisión Bruntland (1987) definió las condiciones del
desarrollo sostenible, y la Cumbre de Río de Janeiro (1992) expresó el
compromiso de todos por la protección del ambiente. Dos años antes se había
iniciado una guerra civil en la isla de Bougainville, perteneciente a Papúa-Nueva
Guinea, producto del daño ambiental generado por una explotación cuprífera,
conflicto que culminó el año 2000 con la independencia de la isla.
Durante el presente siglo el tema ambiental ha ganado la
atención de diversos grupos humanos desilusionados de utopías políticas o que
buscan una expresión espiritual en este dominio. En tal sentido, ha
representado un renacer de la sensibilidad “rousseauniana” respecto al carácter
“bueno” de la naturaleza y “malo” de la civilización. También ha canalizado la
protesta de grupos étnicos situados al margen del desarrollo socio económico
nacional, frente a proyectos mineros, forestales, viales, etc., favorecida por el desarrollo de medios de
comunicación digital y de las redes sociales. Ello ha coincidido con el debilitamiento
de la autoridad constituida, que enfrenta serios riesgos políticos y penales a
nivel nacional e internacional si la represión de tales movimientos llega a
generar víctimas (casos de Bolivia, Paraguay, Perú, etc.). En nuestro país,
este fenómeno ha afectado principalmente al desarrollo de la hidroelectricidad,
en particular al de los grandes recursos hídricos de la Región de Aysén, pese a
que se trata de nuestra principal fuente de energía limpia, que no genera
“gases invernadero” ni otros contaminantes.
Finalmente, pensamos que sería deseable “aterrizar” el tema
ambiental en lo que verdaderamente importa. Ello implica en primer lugar
enfrentar el problema del cambio climático, sobre cuya gravedad existe hoy
pleno acuerdo en la comunidad científica, pero que no ha sido asumido realmente
por los políticos ni por economistas. También requiere de un efectivo respeto
por la vida, tanto humana como silvestre, y por el resguardo de las
condiciones naturales que ella requiere, tan maltratadas e ignoradas en casos
como los del complejo metalúrgico-energético de Quintero y su entorno. También
es necesario desarrollar la ordenación
del territorio, para seleccionar sobre bases objetivas los sitios apropiados
para la instalación de los distintos tipos de proyectos. Ello debería continuar
con evaluaciones de impacto ambiental menos “legalistas” y más basadas en los
factores ambientales propios del sitio propuesto, en particular los de carácter
físico, químico y geológico, hoy sub dimensionados respecto a los de tipo
biológico (caso de la falla Liquiñe-Ofqui, proyecto Río Cuervo). Por último, reconocer nuestra responsabilidad
ética hacia los que vendrán, por más urgencias y presiones que implique el resolver
las necesidades del presente.
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