“Majestad,
no hay un camino real (llano, fácil) para la geometría”
Es
más fácil impulsar causas que encuentran opositores que tratar de hacerlo
respecto a aquellas que todos dicen respaldar. Así ocurre, por ejemplo, con el
desarrollo sustentable y desde luego con la educación pública de calidad. Nadie
podría oponerse a ella, al menos públicamente, pero las dificultades parten por
el concepto mismo de educación, que implica más que la entrega de conocimientos
y habilidades. La educación implica un vínculo con el pasado y la visión de un
futuro deseable. Chile la tuvo en el pasado y ella se materializó en nuestras
Escuelas Normales y Liceos, así como en las Escuelas de Minas o de Artes y
Oficios, que alcanzaron altos niveles en su género y nos prestigiaron a nivel
continental. Sin embargo, factores ideológicos y económicos, las luchas
políticas y el simple descuido, llevaron
a su progresivo deterioro o desaparición, con la pérdida del capital cultural
acumulado, en lugar de haber liderado el progreso del país. En consecuencia, el
crecimiento poblacional y las crecientes demandas de instrucción por parte de
la población, se tradujeron en un progresivo “adelgazamiento” de la educación
pública en la segunda mitad del siglo pasado, acompañado de una desvalorización
de sus certificados, la desaparición del clásico “bachillerato” y la pérdida de
jerarquía de instituciones como el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile.
Basta visitar liceos como el Gregorio Cordovez de La Serena para calibrar el
nivel de equipamiento que llegaron a alcanzar. Por otra parte, la lista de
profesores y egresados de nuestra educación pública en esos años es testimonio
más que suficiente de la calidad alcanzada.
¿Existe
hoy un interés genuino por retomar el camino abandonado? Al respecto habría que
reconocer que el valor de la educación a los ojos de nuestra población también
se ha deteriorado mucho. El crecimiento económico de las últimas décadas y la
adoración de las nuevas tecnologías ha restado valor a aquellos bienes que
proporciona una buena educación: el disfrute de la lectura y el arte en
general, el placer de una buena conversación o el interés de una simple
reflexión desinteresada. Ello se expresa claramente en nuestros Malls, cuyos
cines hoy sólo satisfacen las inquietudes de los niños
Por
parte de los estudiantes, las expectativas respecto a una educación de calidad
pueden ser algo ilusorias. Como señaló el geómetra citado, esa educación exige
dedicación, reflexión, esfuerzo y disciplina, actitudes que no gozan de
aceptación en estos tiempos tan proclives a las satisfacciones fáciles. Tampoco
la concentración y paciencia que requiere el estudio puede competir con el
atractivo inmediato de una manifestación o una “toma”. Por otra parte, los
medios electrónicos los han acostumbrado a la dispersión mental, producto del continuo
intercambio de múltiples mensajes y han sido entrenados para olvidar
rápidamente la información recibida. Hoy, la meta ideal es más bien
incorporarse tan rápido como sea posible al mercado del trabajo, ojalá a las
profesiones mejor remuneradas, y la obtención de una “educación de calidad”
como tal no parece atraer mucho interés.
Tampoco
el mundo económico parece interesarse en una educación pública de calidad. Para
aquellos niveles ejecutivos superiores que requieren mayor roce social, cuentan
con el producto de los colegios particulares de elite, que ya reciben alumnos
formados en el hogar en los códigos requeridos. Probablemente tampoco les
resulte atractiva la independencia
intelectual de una persona efectivamente educada, que puede cuestionar muchos
supuestos que son “artículos de fe”. En cuanto a la persona educada como
consumidor puede ser un verdadero problema en cuanto a su mayor independencia
respecto al consumo material. Por ejemplo, puede estar más preocupado de la
calidad de los contenidos de los programas de TV que de contar con el último
modelo de televisor “inteligente” o peor aún, puede preferir la lectura de un
libro de segunda mano y tendrá poco interés en cambiar de auto cada año si el
viejo sigue funcionando.
En
cuanto al Estado, es evidente que su preocupación fundamental (más allá de su
signo político) se sitúa en los aspectos económicos de su función de gobierno.
Chile ha llegado a contar con notables economistas y financistas y son ellos
los que generalmente ocupan los distintos ministerios. Es natural en
consecuencia que se privilegien los aspectos económicos de cada actividad. En
esas condiciones es difícil enfocar propiamente el tema de la “educación de
calidad”, el que pasa a ser muy secundario respecto al manejo económico de la
educación. Por otra parte, una educación de calidad seguramente resultaría
costosa y poco atractiva para los economistas, tan acostumbrados a poner
números a todo.
Finalmente,
en cuanto a los profesores, siguen siendo válidas las repetidas historias reales
(varias llevadas al cine) de aquellos que han logrado milagros en escuelas marginales
y abandonadas, enfrentados al desinterés y hostilidad de sus propios alumnos y
directivos, así como de la burocracia educacional. Esos profesores
efectivamente educan, sin ser necesariamente pedagogos, porque logran inspirar
por su liderazgo y convicciones (el “sol sobre nuestras cabezas” de la canción
de Los Prisioneros). Aunque algunos usan tecnologías modernas, su base es
antigua y permanente: la vocación de enseñar, el entendimiento de lo que
enseñan y el deseo de cambiar el mundo donde más difícil es hacerlo. De maneras
menos dramáticas, hay también muchos profesores dedicados, a la manera de los
antiguos normalistas, que aplican los sabios y simples consejos de Gabriela
Mistral, así como Directores con liderazgo y convicciones. Ellos deberían ser
la base de cualquier cambio significativo hacia una educación de calidad. Sin
embargo están en “el campo de batalla”, no en los círculos de poder, lo que
hace muy difícil que sus visiones prevalezcan.
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