Por Jorge Oyarzún (Geol. Dr.Sc., Prof. Depto. Ing. Minas
U.L.S.)
El petróleo es el combustible ideal por la suma de sus
cualidades: alta densidad energética, de fácil transporte y combustión, y una
composición que incluye tanto carbono como hidrógeno, la que implica que parte
de la energía entregada proviene de la oxidación del hidrógeno con formación de
agua, que no contribuye al calentamiento global. Por otra parte, su refinación
entrega una serie de productos, como los aceites lubricantes, que son
esenciales en nuestra sociedad. Sin
embargo, desde hace ya varias décadas el anuncio del agotamiento de sus
reservas mundiales ha sido causa de graves preocupaciones, al igual que las
fluctuaciones de sus precios, muy sensibles a las amenazas políticas sobre los
inestables países que lo exportan. Al respecto un artículo de la edición
europea de la revista Time (Abril 9, 2012) presenta un completo panorama de sus
perspectivas, que es consistente con fuentes científicas y técnicas. Ellas se
resumen en los dos juicios siguientes: a) Tanto los descubrimientos geológicos
como los avances tecnológicos de los últimos años han alejado el riesgo de
agotamiento e incrementado las fuentes productivas; b) En cambio, lo más
probable es que la era del petróleo barato haya pasado para siempre y que el
precio de venta actual, en torno a los US$ 100 por barril, se mantenga o tienda
a subir en el futuro, sin contar el efecto de los posibles conflictos.
Lo anterior se deriva de las características de las nuevas
reservas y de las exigencias de proceso de las
fuentes sólidas de las cuales se está obteniendo petróleo, las que por
otra parte implican serios riesgos y costos ambientales. Respecto a las
primeras se destacan las reservas de petróleo adheridas a niveles de sedimentos
finos ( como las que posee Argentina en la Patagonia), que exigen fracturar
rocas profundas para poder extraerlo, así como las reservas de petróleo en los
bordes del océano Ártico y aquellas situadas en la plataforma marina del sur de
Brasil, situadas bajo 3000 m de agua y donde las perforaciones deben atravesar además
1500 m de rocas salinas antes de alcanzar los niveles productivos. Los costos
de producción de estas fuentes se sitúan en torno a los US$50 por barril (en
contraste con el rango actual de US$ 5 a 40
por barril). Respecto a las segundas, se distingue entre las “arenas
alquitranadas”, que son los restos de yacimientos de petróleo que perdieron sus
componentes livianos y las “lutitas bituminosas”, rocas cuyo hidrocarburo está íntimamente ligado al
sedimento fino, de modo que deben
ser primero extraídas y después sometidas a destilación.
Actualmente las arenas alquitranadas de Alberta, Canadá, cuyas reservas llegan
a unos 170 mil millones de barriles y son comparables a las de Arabia Saudita,
se explotan a un costo de extracción de US$ 50-70 por barril, con serios y
extensos daños ambientales. Su principal cliente son los EEUU, para los cuales esta
fuente implica un aprovisionamiento seguro en caso de conflictos políticos en
el Medio Oriente. En cuanto a las lutitas bituminosas, cuyas reservas en EEUU
se estiman en 800 mil millones de barriles, su costo de extracción será superior a US$ 100 e implicará
daños ambientales aún mayores, por lo que
su explotación no es aún factible.
Para la mayoría de las personas, el costo del petróleo se
expresa en el precio de la gasolina, o en el valor de los pasajes para quienes todavía utilizan la movilización
colectiva. El automóvil dejó de ser un sueño para buena parte de la población
pero se está convirtiendo en una pesadilla para los que día a día deben manejar
por las calles cada vez más congestionadas de nuestras ciudades. Esa congestión
se traduce a su vez en mayor gasto de combustible y más contaminación. Al
respecto no hemos sabido aprovechar la buena experiencia europea de la
movilización colectiva y hemos seguido el modelo individualista y contaminador
norteamericano. Debemos prepararnos entonces para enfrentar precios más altos,
aunque el Gobierno alivie los impuestos a la gasolina.
Finalmente, en términos de generación de electricidad, la
opinión pública nacional ha adoptado una actitud de creciente rechazo a la
energía hidroeléctrica, la que en cambio conforma una elevada proporción de la
matriz energética de Brasil y de Argentina. Puesto que otras fuentes energéticas
alternativas sólo serán factibles como complemento en el futuro próximo, el
mayor costo del petróleo implica que dependeremos cada vez más del carbón como
fuente energética. Ello conlleva más contaminación (cenizas, y fuentes de
lluvia ácida), aparte de nuestra creciente “huella de carbono”, que mide la
contribución nacional, limitada pero sostenida, al calentamiento global.
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