jueves, 4 de febrero de 2010

MÁS ALLÁ DEL CASO HAITÍ: POR QUÉ LAS CRISIS PUEDEN EMPEORAR

Durante varias décadas en la segunda mitad del Siglo 20, los excedentes agrícolas de EEUU ayudaron a mantener bajos los precios de los granos y apoyaron, a través de donaciones, a aquellos países que atravesaban emergencias alimentarias. Como señala el artículo de L.R. Brown (Scientific American, Mayo 2009, pp. 38-45), esta situación empezó a cambiar en los años 70`, cuando la ex Unión Soviética debió adquirir granos en el exterior para complementar sus insuficientes cosechas, contribuyendo a elevar su precio. Por otra parte, los logros de la “revolución verde” en los 60`y 70`fueron absorbidos por el crecimiento poblacional y los mayores costos de los insumos requeridos. Actualmente, un nuevo factor se ha sumado a esta difícil situación: el uso de los granos, en particular del maíz, para la elaboración de biocombustibles (etanol), el cual ya consume la cuarta parte de la producción de granos de los EEUU. Se trata de un proceso poco eficiente, tanto en términos económicos como ambientales, porque para llenar solamente el estanque de un vehículo todo terreno se necesita utilizar una masa de granos suficiente para alimentar a una persona durante un año entero. Desde luego, los EEUU son libres de destinar sus cosechas al fin que deseen. Sin embargo, no pueden ignorar el efecto que ello tiene en la elevación del precio de los granos y por lo tanto en las dificultades que implica su adquisición para los países pobres deficitarios. La preocupación por la disponibilidad y precio futuros ha llevado a varias naciones que disponen de recursos económicos a procurarse tierras agrícolas en otros países como un seguro para lo que vendrá: China, en Australia, Brasil, Birmania y Uganda; India, en Paraguay y Uruguay; Libia en Ucrania (250 mil acres), etc. Al contrario de los países pobres, los que disponen de mayores recursos destinan cerca de un 90% de los granos que cosechan o compran a su consumo indirecto (bajo forma de carne, leche o huevos) lo que multiplica por un factor de 4 sus necesidades por habitante.

Cómo en el caso del calentamiento global, la pérdida de la forestas como la amazónica (que regulan el ciclo hidrológico, retiran CO2 atmosférico y son refugios de biodiversidad) y la contaminación y sobreexplotación de los océanos, los problemas antes expuestos parecen evadir, por su magnitud y complejidad, cualquier posibilidad o voluntad de solución. Después de todo, los países desarrollados tienen sus propios problemas: crisis financiera, cesantía, competencia por el poder mundial, y los grandes países en desarrollo, como China, India o Brasil, destinan todos sus esfuerzos a incorporarse al grupo privilegiado. Si llegaran a unirse para ayudar a los más pobres a mitigar sus penurias, lo que es muy improbable más allá de casos excepcionales como el de Haití, seguramente encontrarían barreras en los mismos países favorecidos. Ello, porque afectarían intereses locales (siempre los hay), creencias religiosas o ideologías políticas en temas claves como el control de la sobrepoblación (un tema que también podría crear problemas en EEUU). En consecuencia, lo más seguro es que toda ayuda quede restringida a actos caritativos ocasionales con ocasión de catástrofes mayores.

Sin embargo, deberíamos reflexionar respecto hacia donde nos encaminamos como humanidad. Si lo que observamos en los países más desfavorecidos y la degradación ambiental que encontramos en todos los continentes no constituye el anuncio de un futuro más incierto del que solemos imaginar. Cuando en la Edad Media la llamada Peste Negra asoló Europa, muchos de los que no podían escapar a lugares aislados optaban por unirse a celebraciones macabras, bailando en las calles de las ciudades mientras esperaban la muerte que venía. Afortunadamente hoy contamos con avanzada comprensión científica de muchas relaciones causa-efecto y con extraordinarios logros tecnológicos. Sin embargo, seguimos sin contar con los acuerdos necesarios para enfrentar efectivamente los problemas ambientales más serios. Para lograrlo sería necesario que la población (al menos la de los países que cuentan con sistemas democráticos de gobierno) comprendiera y demostrara una efectiva preocupación por los problemas ambientales y sus posibles consecuencias. De otro modo, los políticos no actuarán decisivamente y tendremos que seguir contentándonos con gestos como la generación de algunas decenas de MW por fuentes energéticas renovables, mientras el grueso de la energía es provisto por nuevas plantas termoeléctricas a carbón. La gran interrogante es si esa comprensión y voluntad de cambio llegará cuando aún sea tiempo.

1 comentario:

  1. Se ve difícil el panorama, la situación en nuestro país no es muy distinta los requerimientos o necesidades energéticas buscan satisfacer la demanda de la cada vez más masiva actividad minera, como país no ponemos restricciones y de esa forma estamos "regalando" nuestros más valiosos recursos minerales y se contamina y destruye la fuente de la vida el agua y la tierra, que vivirán nuestros hijos?...esperemos una reacción de una ciudadanía cada vez más educada, que no se deje llevar por medios de comunicación que incitan el consumo y la ostentación de cosas que no tienen importancia real para las emociones de un ser humano... donde irá a parar la humanidad?

    Tulio

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