A fines de Septiembre se realizó en Nueva York una nueva Cumbre del Cambio Climático.
Participaron especialistas como N.Stern, experto en sus aspectos económicos,
varios ganadores del premio Nobel, figuras políticas, directivos del Banco
Mundial etc., así como el actor L diCaprio, cuyo discurso atrajo la atención de
los medios de prensa. Se calcula que
unas 300 mil personas participaron en manifestaciones relacionadas con este
evento. Sin embargo, las noticias siguen
siendo malas. En 2013, en lugar de disminuir (al menos en su ritmo de
crecimiento), las emisiones de gases invernadero presentaron la mayor tasa de
aumento de los últimos 30 años. Actualmente, las ciudades aportan un 70% de sus
emisiones globales y las actividades agropecuarias un 25%. Puesto que la
demanda por combustibles fósiles baratos tiene alta importancia política,
muchos países (en especial los productores de petróleo como Venezuela) destinan
unos 540 mil millones de dólares anuales a subsidiarla, impulsando
indirectamente las emisiones (TheEconomist, 20/09/2014). Por otra parte, el incremento
en la demanda de energía , acompañado del rechazo a la energía nuclear y a la
hidroeléctrica en algunos países, ha llevado a la proliferación de centrales
termoeléctricas a carbón, las más perjudiciales en términos de emisiones de CO2
y cuyos daños a la salud por el efecto de otros contaminantes superan los de
cualquier enfermedad infecciosa.
La perspectiva actual es que las 50 mil millones de
toneladas de CO2 emitidas actualmente subirán a 68 mil millones en
2030 (en lugar de no exceder de 42 mil millones, umbral estimado para no sobrepasar un calentamiento
global de 2º centígrados). Si algo se pudiera hacer al respecto, es mejorar los
sistemas de transporte de las grandes ciudades, aunque la cercana experiencia
de nuestra Capital ofrece pocas esperanzas en ese sentido. Cuando en estos mismos días se procura impulsar en
Chile la protección legal de los glaciares, las noticias
respecto a las emisiones de gases invernadero les ofrecen pocas esperanzas de
sobrevida. Al respecto, es verdad que poco cuentan nuestras emisiones en el
conjunto mundial, pero en la medida que no sigamos instalando centrales
termoeléctricas a carbón, al menos tendremos un mayor derecho moral a protestar
frente a su peligrosa proliferación.
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